Thursday 5 January 2012

FACHADAS EN CRISIS - REVIEW IN EL CLARIN (DEC 20TH 2011)

Precariedad e incertidumbre, las marcas estéticas que dejó la crisis

A través de "Fachadas en crisis", dos artistas alemanas retratan diez experiencias reales de la Argentina empobrecida que conocieron. La videoinstalación forma parte de unas jornadas a 10 años del estallido de la crisis de 2001.

POR M.S. Dansey


Sobrevivimos al 2001, la crisis es cosa del pasado, pero si nos miramos al espejo vemos que el pasado dejó sus marcas en la cara. Lo mismo sucede en la ciudad, las casas y los comercios están cubiertos de rejas, las conversaciones, atravesadas por los fierros. Estas cicatrices –usa esa palabra– es lo que vio la alemana Veronika Bökelmann cuando llegó a Buenos Aires de la mano de un ex novio en 2007. La experiencia también la marcó a ella que se fue y volvió en 2009 con su amiga Anett Vietzke, para hacer Fachadas en Crisis, la video-instalación que ahora presentan en Club Cultural Matienzo.

La investigación fue siguiendo estas huellas arquitectónicas pero finalmente hizo foco en los habitantes de la ciudad, diez estereotipos sociales tan reales como uno mismo. Estas dos instancias aparecen en la obra. En la primera sala se proyectan imágenes tomadas –tras las rejas– desde el interior de un kiosco. En la segunda sala, en penumbras, media docena de televisores están dispuestos sobre cajas, mesas, sillas, y en el piso sobre cartones, mostrando los rostros silenciosos de los entrevistados, mientras su testimonio se escucha por auriculares.

La instalación no es visualmente atractiva, en todo caso juega con la estética de la pobreza, y así es eficaz con poco. Si en la primera habitación un baño de inmersión en VHS nos permite experimentar el encierro, y vemos pasar el encendedor y los puchos, el billete de dos pesos y la vida misma a través de los barrotes; en la segunda, tenemos la libertad de articular el relato colectivo, eligiendo entre los diez personajes.

La nena de ocho años esta acurrucada sobre el pecho de su mamá, dice que le gusta ir al shopping. La plaza no la divierte tanto. La empleada doméstica también siente miedo. Durante años su familia ocupó una casa abandonada. Dice que la comida no es el problema, comés menos. El problema es la calle, los robos, la droga. Las cosas ya no son como antes, cuando salía a tomar fresco a la vereda. El mismo argumento, con otras palabras, lo repite el desarrollador inmobiliario que promueve –vende– un barrio privado. Habla de concepto y de filosofía de vida. Reconoce que lo ideal sería que esto –el country– no existiera, pero bueno, hay una realidad y hay que encontrar soluciones. El trabajo sucio, que le dicen. Pero entonces, ¿qué decir del hombre que vive en la calle y se define detallista? A él le gusta tener sus cosas arregladitas, no para los demás, para sí mismo, aclara.

El caso argentino es una metáfora de la crisis del capitalismo –opina Anett– una referencia para afrontar la crisis europea. Igual, está claro, Argentina no es Alemania. “Acá las rejas no impiden el contacto”. Al terminar la entrevista, la kiosquera la besa a través de los barrotes. “Hasta el taxista habla de sus sentimientos como si me conociera”. Para ellas eso algo lindo y valioso.

“Los europeos tienen miedo a improvisar”, dice Veronika sobre el final. Fachadas… las hizo reflexionar sobre la producción de manera no-institucional. “La estructura económica que financia la obra también la condiciona”. Será por eso que le agradecen tanto a Paula Baró, dramaturga y productora argentina, que además de ayudarlas en la realización las conectó con el Club Matienzo, un espacio independiente fundado por un grupo de amigos a fines de 2008.

El club funciona en una casona de tres pisos construida en 1922. Abajo, unas 20 personas toman cerveza, esperan. Arriba en la terraza, otras 20 personas ultiman detalles para el estreno de un ciclo de teatro experimental sobre diciembre de 2001. Y a propósito, parece que reina el caos. Todos hacen todo, todo cruzado: pasan cinta, suben tachos, tiran cables, prueban micrófono. ¿Hay camarín? –pregunta un actor– y como nadie responde ahí nomás se baja los lienzos. Falta una banqueta –grita un asistente–, ¿se la robamos a la instalación por un rato?, es la pregunta retórica que implica la respuesta. Por momentos cunde el pánico. Llega una rubia vestida de secretaria, deja la cartera sobre una silla y pregunta al aire “¿ayudo en algo?” Y podría terminar ahí. En la buena voluntad. Pero no. La función larga con un poco de retraso y deja a los 40 clavados en la silleta hasta después de la medianoche, cuando estallan los aplausos.